20.9.09

El Faq52m era una cafetería antigua de la carretera M890v de la ruta interestelar.
Llevaba allí 300 nanosegundos escasos, cuando me di cuenta de que un mono mutante me miraba al fondo de la barra con ojos golosos.
Nunca me gustaron los simios, pero en este caso mis hormonas tomaban sus propias decisiones y aquel especímen era impresionante.
El mono me mantenía la mirada y como una tonta, me iba acercando a él irremediablemente, como atraída con una cuerda y una polea.
Un error de cálculo hizo que finalmente nos chocáramos y para mi desgracia le rompí el tabique nasal derecho.
-Lo siento mucho, es que todavía no controlo mis atracciones de tipo F - dije agachando la cabeza sonrojada hasta las orejas.
- No te preocupes, ha sido culpa mía, he tirado demasiado -contestó mientras se sujetaba un colgajo de carne sangrante fruto de mi embestida.

Era un mono bastante atractivo. Tenía el pelaje blanco y los ojos amarillos y sus manos enormes (ahora llenas de sangre y temblorosas aún del susto) me producían una extraña necesidad de ser manoseada.

Olvidando todas las leyes de mi especie le empujé literalmente contra la barra. Le puse un imperdible en la nariz dolorida (ya se la arreglaría alguien después) y le limpié la sangre de la cara con la lengua. Él me miró complacido, me levantó, me dio un beso en la frente y me colgó de uno de los percheros para abrigos que había en la pared. Yo estaba excitadísima, me supuraban los poros y mi líquido reproductor brillaba deslumbrando a todos los borrachos que nos miraban como esperando el momento de aplaudir.

Entonces el mono cogió una silla, la colocó frente a mí y se sentó sin quitarme los ojos de encima. Apartó su melena púbica y agarró su homínido miembro con ambas manos. Yo gritaba como un ser subdesarrollado, tirándome de los pelos y frotándome las piernas. Cuando estaba a punto de desmayarme el mono albino eyaculó.
Como era habitual, su líquido me bañó por completo, apagando mi brillo y mis ganas. La fecundación había finalizado.

Dos meses después di a luz un niño. Era una mezcla deliciosa de simio y neohumana. Tenía los ojos amarillos, como su padre y supuraba y brillaba en la oscuridad cuando algo le divertía, como les sucedía a los de mi especie.

Nunca volví a ver al mono mutante, pero todavía me dan escalofríos cada vez que veo un plátano.

1 comentario:

Héctor dijo...

Que vivan los monetes!!!