2.10.09


Me han llorado tanto en el hombro, que me ha salido un jardín. Es curioso, es como los piratas con los loros, pero con geranios.

Cuanto más me lloran, más me crece, pero no me molesta, porque las flores me hacen cosquillas en las orejas.

Un día apareció una abeja, rechoncha y zumbona y sin mirarme siquiera se puso a chuparme una flor, comopedroporsucasa. Tengo que reconocer que me indigné un poco. La cogí de las alas, me la puse cara a cara y le dije:
- Oye guapa, ¿podrías por lo menos pedir permiso? Porque mira por donde hoy no me apetecen que me liben.
La abeja no entendía nada, abría mucho los ojos para darme pena y pestañeaba sobreactuadamente intentando conmoverme.
Yo movía mi dedo arriba y abajo, como las profesoras de las películas poniendo a la abeja cada vez más nerviosa. Al final, presa de la impotencia, estalló en lágrimas y hacer a un insecto llorar no tiene perdón de dios.
Así que me la puse en el hombro, donde las lágrimas eran bienvenidas y dejé que se desahogase, hasta que se quedó vacía y con hipo.
Allí donde el llanto cayó, floreció una planta diminuta y la abeja, agradecida y recompuesta, la cogió con sus patitas, se subió a mi cabeza volando y me la colocó en el pelo.

Nunca imaginé que finalmente un bicho tan feo y yo pudiéramos experimentar un momento tan cursi y romántico.

Desde entonces somos amiguísimas y hemos tramado un plan maléfico para polinizar el mundo. Ten cuidado, porque cuando menos te lo esperes, mi abeja se te acercará y te fecundará con mis semillas.

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